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The Master
2012
Dir. Paul Thomas Anderson




Paul Thomas Anderson pasó de ser el chico maravilla que dirigía frenéticas y poderosas películas corales (Boogie Nights, Magnolia), a ser sencillamente el más prominente cineasta norteamericano posiblemente desde Scorsese. Ben Affleck lo comparó, justamente, con Orson Welles, y no gratuitamente: el crecimiento de Anderson es sencillamente espectacular, ofreciendo en 2007 la que ha sido ampliamente considerada la mejor película de la década 2001-2010, There Will Be Blood (o como llegó a los cines nacionales, pésimamente traducida a Petróleo Sangriento), una opulenta y ambiciosa saga sobre la avaricia y el nacimiento del capitalismo moderno en Estados Unidos. Ahora, Anderson toma otro de los vértices medulares de la espina dorsal gringa y lo convierte, esta vez, en una reflexión sobre lo que podría llamarse el capitalismo espiritual: The Master es una reinterpretación sobre el nacimiento de la cientología, y el cómo la religión o el acto de seguir una doctrina opera sobre el ser humano en tanto le otorga un propósito mientras le quita otros.

La historia sigue a Freddie Quell (un tremendo Joaquin Phoenix), un hombre de baja inteligencia, errático y alcohólico, que regresa de la II Guerra Mundial para deambular entre parajes que exponen precisamente su incapacidad para seguir un camino determinado: es un animal, movido por el instinto y el hedonismo más que por el ansia por una meta fija que involucre real disciplina y compromiso, y crecimiento personal. En estas circunstancias conoce a Lancaster Dodd (el gran Philip Seymour Hoffman), el líder de un emergente movimiento llamado La Causa, que proclama, entre otras cosas, contar con los métodos para curar la leucemia a través de un proceso de deshipnotización que utiliza los recuerdos de vidas pasadas para superar aflicciones del presente. Los dos inician una relación magnética y conflictiva que muta desde el interés mutuo a la interdependencia al odio, explorando la dinámica entre el salvajismo del deseo puro, las contradicciones y dudas de la disciplina, el efecto de la ‘religión’ sobre el alma y en particular sobre cómo funciona en individuos “espiritualmente desposeídos”.



Es una película compleja, y se nota a primera vista, no sólo por la cantidad de palabras ‘difíciles’ que he usado para describirla (já), sino por la habilidad innata de Anderson de narrar con capas y capas de subtexto en cada plano que usa, su forma de montar, y su uso de la música (acá de nuevo provista por Jonny Greenwood, conocido por su trabajo en Radiohead). Creo que el mejor ejemplo de complejidad que se puede encontrar en The Master, es verla con la preconcepción de que los tres personajes principales, Freddie, Lancaster y Peggy (la esposa del Maestro), operan como el Ego, el Yo y el Superyó freudianos: lo más instintivo y salvaje (Freddie), la hiperconciencia normalizadora (Peggy), y el sujeto que se sitúa en conflicto entre ambos (Lancaster). El trabajo de sutileza que se desprende de ver la película bajo ese prisma es nada menos que paralizante.

Es cierto, sin embargo, que los personajes no ‘progresan’ ni ‘crecen’ de la forma en que tradicionalmente te lo exigen en la escritura de un guión; Freddie y Lancaster se mueven a través de tiempos y situaciones que dejan entrever distintas facetas y cualidades, pero al final (no es spoiler, tranqui), en definitiva los personajes siguen igual. Y deciden quedarse igual, como revela el último plano de la película. Esto, sin embargo, no es tanto un defecto (a mi juicio) sino la proposición o statement que Anderson hace: el maestro de Freddie no es nadie más que sus propios impulsos, indomables, básicos y feroces pero complejos en toda su aparente sencillez. Es, después de todo, una reflexión sobre el alma. Y no sólo la de Freddie.

7.5/10 Muy recomendable.

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