J'ai Tué Le Cinema

J'ai Tué Ma Mère (Yo Maté A Mi Madre)
2009
Guión y dirección de Xavier Dolan




Debo confesar con el orgullo en la mano, cayéndose a pedazos en el suelo que se abre para consumir mi penosa existencia, que reconocerme en el mismo plano que Xavier Dolan me desmoralizó por completo. Tengo 22 años, pasé a 5° de Cine y no he hecho nada de lo que esté orgulloso. Mi último proyecto, aunque gustó al público general, fue un fracaso de realización y fue duramente criticado por ello, y con razón. La calidad del trabajo audiovisual era pobre, algo poco digno del nivel en el que supuestamente estamos trabajando. Y luego me dispongo a ver J'ai Tué Ma Mère, la ópera prima del jovensísimo Xavier Dolan, un canadiense que a los 19 años se embarcó en la odisea fantástica de materializar sus ideas (y su guión, escrito a los 16) en esta película autobiográfica sobre la tortuosa relación de un tardío adolescente homosexual y su madre. Aunque el resultado puede ser discutible, la sola circunstancia de un teenager teniendo este tipo de manejo audiovisual y capacidad de materializar su producción no es menos que sorprendente.

La película en sí se mueve alrededor de varios problemas obvios. Mientras tiene retazos de originalidad y estilo, Dolan parece a ratos estar demasiado interesado en otorgarle estail y choriflaicidad a momentos que substancialmente no tienen potencial para serlo, y cae en la gratuidad, el cliché y la autoindulgencia. El guión parte siendo vago e injustificado, y durante toda la película se tiene la sensación de que uno no sabe realmente por qué madre e hijo se llevan tan mal (no a un nivel profundo, ontológico, sino que parece ser un desquite fílmico de todas las ocasiones en que un niño no estaba satisfecho con su madre por no darle lo que quería), donde ambos personajes se construyen como proyecciones profundamente infantiles y malcriadas. Ambos son a la vez el protagonista y el antagonista, lo cual hace que el personaje de Dolan sea intensamente poco empático, y la madre incompleta y coja. Aún el momento en que ella pareciera tener un respiro, en que existe algo así como un vínculo madre-hijo por problemático que sea ("Me moriría mañana"), los vaivenes y sinsentidos previos de la película se comen la escena y el personaje parece un poco manipulado.

Si bien la temprana fortaleza de Dolan pareciera ser la dirección de actores (incluida la auto-dirección), su habilidad de puesta en escena, de utilización de la cámara, podría estar más atrás. En una entrevista justificó su curiosa costumbre de encuadrar rostros a los extremos del frame con una respuesta, si bien coherente con lo que quería transmitir, finalmente mal ejecutada y por tanto, inefectiva. Sin embargo, su ojo para la atmósfera y el tratamiento visual en general parece bien entrenado, y en eso radica uno de los logros de la película. La fotografía es fantástica y ayuda mucho al feeling de un trabajo profesional y no un capricho adolescente.

En general, J'ai Tué Ma Mère, con sus fallas incluidas, es un sorprendente logro para un realizador tan joven, aunque ideológicamente siga teniendo mis reservas al respecto. Tenemos aquí a un joven director visiblemente consumido por las convenciones estéticas de su generación, un hipster hecho y derecho que, si su guión es fiel a su personalidad, tiene serios problemas de egotismo y falta de madurez. Es de esperar que el éxito no lo perturbe (más) y tengamos que someternos a los caprichos fílmicos de un muchacho malcriado.

6/10

Aquí un fragmento de una entrevista que dio para la revista con temática homosexual The Advocate; está en inglish, pero piola.

I was perfect...



Black Swan
2010
Guión de Mark Heyman, Andres Heinz & John J. McLaughlin
Dirigida por Darren Aronofsky


Darren Aronofsky es un tipo muy arriesgado. Hacer películas que duran 83 min (1:23:45) en base a constantes matemáticas, otras que ilustran gráficamente la decadencia física y emocional de un grupo de drogadictos (snorricam con Jennifer Connelly vomitándole a la audiencia incluida), otras de ambiciones galácticas y amores milenarios con bandas sonoras hermosas (cortesía de Clint Mansell), y otras que resucitan carreras muertas otorgando papeles de desgastados luchadores de Lucha Libre, requiere de un cierto par de cojones que muy pocos poseen, especialmente cuando el estilo que caracteriza transversalmente todas estas historias está marcado por una tendencia a la excentricidad visual, al exceso, a lo experimental, y sin embargo, a lo preciso y lo visceral.



Black Swan, como escribió un crítico que no mencionaré (ni le agradeceré por ser la base de esta idea), sería el sueño húmedo de Freud. Y no sin razón: el motivo del Lago de los Cisnes, de Pyotr Ilich Tchaikovsky, es la excusa con la que se nos presenta la historia de una joven bailarina de ballet acosada por los fantasmas de su propia sexualidad reprimida, siendo víctima de una madre controladora y las subsecuentes alteraciones de conciencia que sufre en un espiral Bergmanesco de desdoblamientos de personalidad e ilusiones ópticas y otras literalidades visuales.

Ahora bien, existen varios aspectos en los que Black Swan parece no haber agarrado vuelo. Es otro caso más en que los procesos internos de los personajes reflejan los acontecimientos de alguna obra externa a ellos en la que están involucrados (los conflictos dramáticos del ballet El Lago de los Cisnes son homologables al conflicto interno de Nina, el personaje de Natalie Portman), y por esto es quizá reductible en su complejidad intelectual y en la originalidad de su guión. La incorporación de la obra de Tchaikovsky a los conceptos psicológicos freudianos explorados es innegablemente interesante, y el tratamiento nervioso e intenso de Aronofsky le queda bien, pero a ratos Black Swan cae en excesos difíciles de soslayar, a veces pecando de ingenua cuando coquetea con convencionalidades trilladas en la materia de un thriller psicológico gringo, efectos especiales de por medio (aunque no deja de ser una idea visualmente bella, SPOILERS: ¿teníamos que ver a Natalie Portman convertirse literalmente en el cisne negro?), especialmente cuando se trata de representar el terreno común del desdoblamiento de personalidad -- en este caso, Portman lucha por liberar el Eros de su Thanatos, con el final dejando en claro la fatalidad de esta eterna batalla, incrustrada en los inconcientes de todos los seres humanos. Una batalla siempre fascinante, por lo demás, pero que en Black Swan pareciera caminar muy seguido por la línea del exceso y lo literal.

Muy interesante es además el tratamiento musical de (mi ídolo) Clint Mansell, que, bajo las instrucciones de Aronofsky, llevó a cabo la misma tarea que Tomas Leroy en la película y se propuso hacer una versión alternativa del ballet de Tchaikovsky, mezclando la partitura original con composiciones originales, arreglos instrumentales y electrónicos, orquestaciones con distintos énfasis y otras modificaciones, que crean una banda sonora híbrida, gloriosa e igualmente intensa que la actuación de la Portman. Lástima que bajo las reglas de la Academia, Mansell no será nominado a un Oscar -- pero será una menos de entre las otras numerosas que sí obtendrá, incluyendo la casi segura victoria de Natalie como Mejor Actriz.

En general, a pesar de sus (discutibles) fallas, Black Swan sigue siendo un trabajo de admirable intensidad y obsesión, ideas interesantes y gran despliegue audiovisual.

7/10 (sí, ahora empezaré a dejar ratings)