Chile, La Alegría Ya Viene


No
Dir. Pablo Larraín
Guión: Pedro Peirano
2012



A propósito de revisar cierres de trilogías (refiriéndome a mi anterior review, el de Dark Knight Rises),  el tríptico cinematográfico que Pablo Larraín realizó en torno a la dictadura militar chilena tiene superhéroes y villanos delineados mucho más sutilmente, y de manera más ambigua y debatible. Comenzando con Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y culminando con No (2012), Larraín intentó hacer una especie de visibilización definitiva del tema dictadura dentro de la filmografía nacional en el formato ficción. No es que ningunee a Machuca (2004) y otras ni mucho menos, pero su ambición es notoriamente el instalarse como exámenes de la “verdad”, o al menos de la oposición, dentro de un contexto que siempre ha sido difícil de retratar por la misma realidad de este país tan difícilmente abarcable en su totalidad.

Viendo No, el tono de las dos películas anteriores se hace más coherente, pero no por ello más digerible. Reconociendo sus valores individuales, ambas películas pecan de una visión reduccionista y mal enfocada, siendo, personalmente, Post Mortem la que más se ve afectada por una realización distante, austera, típicamente divisiva entre sus ambiciones de público y su verdadera vocación como caballito de batalla de festivales. Tony Manero es más compleja pero fallida en tanto que inspecciona un tema muy interesante (industria cultural e importación de imaginarios en el período, el cómo la dictadura fue una puerta para que Chile fuera parte de una “economía globalizada” en el símbolo de un hombre que quería ser el personaje de una película gringa) y lo abandona entre ambigüedades varias. No, sin embargo, es algo completamente distinto.

Con un guión escrito por Pedro Peirano (que además exuda su sentido del humor sarcástico), No es una visión relativamente simple pero bien lograda sobre el proceso creativo detrás de la franja del No en el plebiscito de 1988. Lejos de ser distante y austera, es la primera de la trilogía con un tratamiento mucho más dinámico y ágil, y hasta humorístico; siendo ésta la característica más inteligente de la película en tanto que se trata a sí misma como la franja del No hizo consigo: apelando al humor y la creatividad, y no a la tragedia, no a la denuncia. Dentro de la trilogía, su lugar es coherente: siendo las dos películas anteriores una acusación de la violencia y los horrores de la dictadura, No es el examen del pequeño período en que se fraguó la manera en que se instigaría a la gente para votar por el cese del período. Su tema no es la dictadura en sí, aunque maneja parte de sus aristas y más que nada ya como retrospectivas y breves consecuencias; su foco es en realidad la mercantilización de la política y su estrecho vínculo con la publicidad – el “NO” tenía que ser vendido como un producto, y como tal lidia con los límites éticos de transformar una tragedia nacional en un bien de consumo.

La película inspira más debate del que plantea en sí misma – es una visión relativamente simple cuyo objetivo es contextualizar a una generación que se cree desvinculada de las consecuencias políticas de un hecho histórico que demasiadas veces ha querido meterse debajo de la alfombra como “pasado” – algo así como “Plebiscito ’88 para dummies”. Como tal, se enfrasca dentro del momento que retrata y no se proyecta como un análisis sobre qué supuestamente es a lo que estaría apuntando el nuevo Chile, el Chile del No; su estructura es la de una competencia, el de la búsqueda de la victoria, y no el análisis de qué estaría significando esa victoria, después que se consiga. Como tal, los más exigentes pueden criticarle este punto como una ingenuidad, pero a mi humilde parecer, No consigue realizar un retrato extremadamente interesante del fenómeno de batalla de creatividades que terminaron por jugar un rol decisivo en la historia de un país. Ahora, enfrentemos la verdad: la película es innegable, y decididamente, parcial: el humor de Peirano es partidista, y aunque lucha por ser sutil, la película transpira una actitud sarcástica hacia la clase dirigente de entonces, los autores detrás del Sí, y Pinochet mismo. Notable es la escena de la naranja entre Alfredo Castro y Jaime Vadell, una comprimida metáfora de la visión de la derecha sobre temas de materia país, tanto a nivel textual como visual.



7.5/10 Muy recomendable