Azul

Blue is the Warmest Color
La Vie d'Adèle
2013
Dir. Abdellatif Kechiche



Lo difícil de escribir sobre cine, especialmente cuando se supone que uno es un “experto” (término más ridículo que ése no puede haber), es que existe la convención de que se debe aproximar lo más posible a un juicio imparcial que dispense las conexiones emocionales o cualquier accidente de la experiencia particular que le ocurran al crítico con el visionado de una película – hace años que desistí de este modo porque no puedo mentirles, estimados; hay películas que nos mueven las entrañas de goce y emoción como a otros de asco, y ocurre simplemente porque nuestras experiencias de vida nos configuran de modo tal que apreciamos una misma cosa de modos enteramente distintos. Así, tengo amigos que absolutamente despreciaron Blue is the Warmest Color, la ganadora de la Palm d’Or en Cannes de este año – y por el contrario, gente como yo, que la considera una de las cintas más potentes, honestas, desgarradoras, dulces y terribles de este año, y de los últimos años en general.

La larga crónica (172 min) del romance entre Adèle, una joven colegiala, y Emma, una emancipada artista visual, es un relato exhaustivo y descarnado de una relación que trasciende absolutamente el detalle menor de su lesbianismo, y la cinta se encarga de convertir este hecho en la más trivial de las circunstancias. En esta exploración exhaustiva, la película construye al personaje de Adèle capa por capa, descubrimiento por descubrimiento, hasta que su relación con Emma llega al punto de ebullición en que el espectador no puede más que empatizar con su puro y apasionado deseo por la joven de cabello azul.



No hay grandes vueltas de tuerca, y de hecho la historia transita por lugares bastante familiares, pero es la fuerza de las actuaciones y la sinceridad de Kechiche para narrar que enriquecen el relato y lo hacen irresistible. Incluso las polémicas (y numerosas) escenas de sexo (una de ellas de 7 minutos de duración) contribuyen a la sensación general de absoluta intimidad, de una desnudez que traspasa con creces lo literal y lo físico y termina siendo la evidencia más tangible de la pasión que ambas protagonistas comparten, y que vuelven la historia tan universal.

Sí es una película exigente, principalmente en términos de tiempo. No es para nada compleja de entender, pero sí puede ser exasperante si vuestros gustos radican en películas muy sintéticas de 80 minutos que cuenten absolutamente lo esencial. Me declaro acérrimo enemigo de ese tipo de cine (mientras exploren viajes de personajes, y no miradas perdidas eternas o planos de árboles), aunque me cueste la cabeza y mi credibilidad como realizador. Hay historias que se pueden contar en hora y media. De hecho quizá la mayoría pueden serlo. Pero la dedicación que Kechiche y otros directores (como Xavier Dolan, con la curiosamente similar Laurence Anyways, revisada hace un tiempo) le dan a los detalles, al espacio que se merecen los personajes cuando realmente son queridos y no son sólo vehículos para contar la historia, es lo que marca la diferencia y hacen que relatos de tres horas se sientan no sólo satisfactorios, sino trascendentales.


8/10 Obra maestra.

Top 30 versión 2013

Mi criterio para elegir mis películas favoritas dista mucho del raciocinio: para ser justos, en verdad es pura tripa. Por eso es que no están ni Citizen Kane ni muchas otras "grandes obras maestras del cine"; si una película no me emociona, si no me hace decir "ésta película soy yo", no tiene cabida en la lista. Con ustedes, la versión 2013 de mis 30 cintas preferidas.

1.- The Hours (2002, Stephen Daldry)














2.- Persona (1966, Ingmar Bergman)













3.- Synecdoque New York (2008, Charlie Kaufman)


















4.- Who's Afraid of Virginia Woolf? (1966, Mike Nichols)













5.- Hedwig and the Angry Inch (2001, John Cameron Mitchell)









6.- Scenes from a Marriage (1973, Ingmar Bergman)











7.- Angels in America (2003, Mike Nichols)














8.- Laurence Anyways (2012, Xavier Dolan)
















9.- Magnolia (1999, Paul Thomas Anderson)











10.- Tarnation (2003, Jonathan Caouette)


















11.- Cries and Whispers (1972, Ingmar Bergman)














12.- Beauty & the Beast (1991, Gary Trousdale, Kirk Wise)













13.- Solaris (2002, Steven Soderbergh)


















14.- Shortbus (2006, John Cameron Mitchell)















15.- Atonement (2007, Joe Wright)














16.- Before Sunrise/Before Sunset/Before Midnight (1995,2004, 2013, Richard Linklater)










































17.- Schindler's List (1993, Steven Spielberg)
















18.- The English Patient (1996, Anthony Minghella)













19.- Autumm Sonata (1978, Ingmar Bergman)















20.- The Godfather (1972, F.F. Coppola)














21.- A Zed and Two Noughts (1985, Peter Greenaway)














22.- Nattvardsgasterna (Winter Light, 1962, Ingmar Bergman)
















23.- Amadeus (1984, Milos Forman)















24.- In The Mood for Love (2000, Wong Kar Wai)
















25.- As Good As It Gets (1997, James L. Brooks)













26.- The Exorcist (1973, William Friedkin)














27.- The Silence of the Lambs (1991, Jonathan Demme)













28.- Koyaanisqatsi (1982, Goddfrey Reggio)











29.- Gone with the Wind (1939, Victor Fleming)

















30.- Sophie's Choice (1982, Alan J. Pakula)

Don't Let Go

Gravity
2013
Dir. Alfonso Cuarón




Dos astronautas se quedan varados en el espacio. En estas ocho palabras se resume toda la historia de Gravedad, y es precisamente esa simplicidad de la propuesta la que le permite explotar al máximo su premisa y convertirse en la película mejor criticada del año, y en lo que ha sido llamado (y puedo corroborarlo) un cambio en el paradigma de la narración cinematográfica, especialmente en lo que concierne los efectos visuales y el 3D al servicio de la efectividad del relato.

La historia sigue a la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), ingeniera en su primer viaje al espacio, y Matt Kowalsky (George Clooney), astronauta experto, mientras intentan sobrevivir después que una lluvia de desechos crea una reacción en cadena que destruye todo a su paso y los deja a la deriva, sin comunicación a Tierra y prácticamente nulas posibilidades de regresar. Esto convierte a Gravedad en el más primordial relato de supervivencia, bajo las condiciones imprevisibles e inclementes del espacio exterior.



Mientras que resulta evidente que ni la historia ni los personajes son de una complejidad abismal, la tremenda habilidad de Cuarón y las sublimes actuaciones de Bullock (en especial) y Clooney llevan la película hasta su punto de ebullición, convirtiéndola no sólo en un genial logro técnico, sino que también en un recordatorio vívido de por qué vamos al cine en primer lugar. Aún en todo su despliegue de suprema visualidad, Cuarón incluso encuentra el espacio para dotar y desarrollar en la historia un tema: el aprender a dejar ir, y quedarnos sólo con lo necesario para vivir (no por nada el tagline de la película es “No te sueltes”, y el mismo nombre Gravedad hace referencia a lo que nos atrae y nos hace peso, además de haber múltiples referencias, literales a veces, sobre despojarse de cosas y dejar ir, y aferrarse sólo a lo vital), con la doctora Stone siendo la guía en el viaje que emprendemos con ella a través de las circunstancias que la vida nos pone enfrente y nos obligan a tomar las más difíciles decisiones.



Gravedad es cine puro en el sentido que su ambición única es emocionarnos, movernos, encantarnos, dejarnos al borde de nuestros asientos, y logra todo eso con creces en noventa minutos casi perfectos - una sola escena, bastante controversial por eso mismo, previene a la película de serlo en su totalidad, pero que no merma en absoluto su logro. Y es de esperar que estos logros se reflejen también en la temporada de premios, donde se anticipa reconocimiento no sólo en las categorías técnicas (prácticamente ya ganó el Oscar por Efectos Visuales y Fotografía), sino también en las categorías mayores de Mejor Actriz, Director, y Película.


8/10 Obra maestra.

Tan fría como un...

Iglú
2013
Dir. Diego Ruiz



El debut como director del actor nacional Diego Ruiz (Navidad, Drama) consigue un logro no despreciable: condensa, en noventa minutos, el sueño del artista chileno de desplegar toda su pretensión cosmopolita wannabe y, así, ser un compendio de clichés del cine nacional de “circuitos alternativos”. El protagonista joven, artista, de sexualidad conflictuada, fármaco-dependiente, solitario, que se desdobla y encuentra a través de la propia soledad y conflictos de su vecina psicóloga, bizarro-parlante, herbofílica – el checklist está completo. La trama transita íntegramente por los lugares comunes de la intimidad como refugio del mundo, la necesidad de ser salvado por otro, el artista como un individuo sensible, conflictuado y en un grado incomprendido; temas que, siendo sinceros, no está nada mal abordar (aunque son prácticamente los únicos que se abordan), pero en el contexto del cine nacional, y específicamente bajo el tratamiento que Ruiz les otorga, se ven dramáticamente disminuidos por su incapacidad para ser plasmados de forma fresca y efectiva, y el resultado es, como se lo describió al principio, un popurrí, una enciclopedia de todas las fascinaciones estilísticas de los jóvenes realizadores chilenos que ven un Xavier Dolan (o incluso una Marialy Rivas) y quieren de inmediato imitarlo, pero difícilmente es un esfuerzo que se sostenga por sí mismo.



A ratos Iglú tiene buenas intenciones, como hacer florecer la relación entre el protagonista, Daniel, y Paula, la psicóloga, pero ambas caracterizaciones son tan plásticas e inaccesibles (lo cual es extraño para tratarse de una película dirigida por un actor que además protagoniza su propia cinta), que los momentos en que debiese estar más expuesta su vulnerabilidad son sólo retazos de un clímax que se deshizo a mitad de camino; el guión se salta varias vías que habrían sido muy útiles para intentar suavizar y darle fluidez al encuentro entre estos dos personajes solitarios, y la ausencia de estos caminos sólo hace que el conflicto dramático parezca fácilmente resuelto y se pierda intensidad hacia el momento más “emocionante” de la historia. En general este tipo de películas nunca convergen en un clímax intenso (el novísimo cine chileno padece de anorgasmia), pero éste en particular se siente estéril y poco apropiado. Hay una sexualización de la intimidad que parece muy superficial, como si la búsqueda del otro fuese de manifiesto siempre física y la soledad estuviese ligada meramente a la necesidad por el cuerpo ajeno. Es cierto que en un primer nivel esto puede llegar a ser cierto, pero la cinta se niega a indagar más allá de esta idea y al final los personajes pareciesen estar perdidos en un tipo de soledad muy somera, y en realidad, poco interesante.

Al final, Iglú no es más que un experimento narcisista que deja entrever una sensibilidad cinematográfica amateur, que aún no logra definirse en cuanto al tino para tratar los conflictos que propone narrativamente. Ante este escenario, uno no puede sino esperar que, al igual que Xavier Dolan (el chiquillo que tantos talentos nacionales citan y adoran), Ruiz sea capaz de superar su fascinación consigo mismo y encuentre mayor honestidad y escrutinio en un esfuerzo futuro.


5.5/10 Medianamente interesante.

Ode to the Geek

Pacific Rim/Titanes del Pacífico
Dir. Guillermo del Toro
2013



Robots peleando contra monstruos gigantes de otra dimensión. La escala de ridiculez de esta premisa es sólo comparable a la del presupuesto astronómico de este sentido homenaje al género kaiju, y el consecuente despliegue de acción y destrucción que se espera en una superproducción del 2013. Lo que Pacific Rim hizo bien, sin embargo (igual que Avatar, e incluso mejor) fue superar lo absurdo con un evidente amor por su material y su mitología – amor que se permea notoriamente hacia el público y le permiten a escépticos snobs como a quien leen, el disfrutar e incluso ser partícipes de la experiencia.

La película es un gigantesco intertexto. Dialoga con un sinnúmero de referencias, desde Godzilla a Robotech a Neon Genesis Evangelion, pero más interesantemente aún, establece jocosas y lúdicas relaciones con la subcultura que las sostiene – dicho sin más ni menos, los geeks. Toda Pacific Rim es un a elefantiásica, sincera, aunque conflictuada, carta de amor a los ñoños, a los que jugaban a los robots y los monstruos, a los que ávidamente coleccionaban e intercambiaban figuritas de acción como quien instaura una religión, y en general, a todos quienes fantasean con el género mecha/kaiju.



La dirección de arte, la fotografía y los efectos visuales están a la altura de una producción de su tipo, aunque la gente a cargo del departamento de sonido parece tener un paradójico problema de insuficiencia auditiva: la mezcla sonora es tan insoportablemente alta durante toda la película, que me parece imperativo que la venta de entradas al cine venga con un descuento para consulta de otorrino. Ni siquiera una película de Michael Bay ostenta todo este nivel de estertor auditivo, lo que deja a Pacific Rim en la lúdica posición de ser resumida de este modo: BRUOOOOOM WNFBFFBASHIKAPOOOOOOWM SGA (destrucción, explosiones) – “hay que pilotear al Jaeger” – TUMFASNFNASHKKKKK RAMJJJROTMANF – “kaijus categoría 4!” – FIKUMSHHTROMPWAAAAZZZZ.

Dentro de toda la ocasional tortura auditiva y el fetiche tecnológico existen ciertas dimensiones de desarrollo humano que vale la pena revisar. Aparte de los evidentes paralelos eco-friendly (los kaiju, como los huracanes, están clasificados en cinco categorías, trayendo toda una lectura sobre el hombre vs naturaleza y las metáforas de la contaminación), la historia en sí se construye sobre la base de una subdesarrollada, pero aún así interesante, metáfora sobre los vínculos y los recuerdos y dolores compartidos (los pilotos de los Jaeger deben maniobrar los robots estableciendo una conexión neuronal mutua que les permite acceder a la mente del otro, recuerdos y emociones incluidas), dando pie a un par de escenas que se permiten brillar entre toda la parafernalia destructiva.



Pero hablando de metáforas, y a pesar de todo lo entretenida y emocionante que puede ser, no deja de causar sospecha que Del Toro y compañía se hayan olvidado sobre la metáfora primordial de los kaiju – tal como el original, Godzilla, corresponden a alegorías sobre el horror de la invasión estadounidense a Japón vía las armas nucleares. Y por supuesto (leve spoiler), ¿cómo creen ustedes que nuestros héroes salvan al mundo en esta oportunidad? Para refleccionar, como diría nuestra querida Sabrina Subenires.

6.5/10   Muy interesante

Tragar el orgullo.

Laurence Anyways
2012
Dir. Xavier Dolan



Ésta es de esas historias de ironías estratosféricas, de la vida burlándose de uno y obligándolo a tragarse su orgullo. Porque si pudiera expresarles en palabras (civilizadas) el odio superlativo que le tenía a Xavier Dolan, joven hipster sobrevaloradísimo de la escena cinematográfica “alternativa”, podrían comenzar a dimensionar lo que sucedió en el momento en que decidí, inadvertidamente, exponerme a la experiencia de visionar su tercera película. Habiéndome decepcionado con creces como espectador y como ser humano con su segunda, Les Amours Imaginaires (2010), Dolan estaba a priori condenadísimo a moverse dentro de los márgenes del limitado juicio que tenía sobre él, incluso a la luz de una poderosa premisa para Laurence Anyways: diez años en la accidentada vida de una pareja cuya mitad masculina decide realizarse una operación de cambio de sexo.

Pero Dolan, incluso sin abandonar por completo su molesta afición por las autoindulgencias y los clichés del “cine arte”, elabora acá una experiencia emocional formidable al retratar no sólo las peripecias de lo que significa, personal y socialmente, el fenómeno transexual, sino que nos lleva de la mano a través de una épica humana dolorosa, profundamente honesta, orgánica y química sobre la naturaleza del amor y las relaciones – a través de los personajes de Laurence y Frédérique, somos testigos de los esfuerzos descomunales de cada uno por lograr la plenitud propia, el esfuerzo descomunal del apoyo hacia la pareja y la desintegración interna que puede producir, la pasión descarnada, los roces iracundos, la nostalgia, la necesidad del otro, y cuantos pequeños detalles caben en las tres horas que Dolan se toma para contarnos esta historia que, entremedio de toda su afición por lo kitsch y lo sobre-elaborado, encuentra un puñado de momentos de simplicidad y honestidad desgarradora. Incluso esas autoindulgencias se le perdonan cuando es la fortaleza de sus propios personajes (y las tremendas actuaciones) las que apoyan las metáforas visuales rebuscadas otorgándoles validez y empatía – la cascada mojando a Frédérique en su primer reencuentro simbólico con Laurence en años, la particular lluvia que los moja en la secuencia de Île au Noir, y sobre todo la escena de la fiesta de Cinébal.



Es una película que dista mucho de ser perfecta, con sus pequeños manerismos y pasajes que claramente sobran, pero que en su imperfección se completa. Y no es una película sobre la transexualidad tampoco – éste es el mecanismo que usa para explorar su verdadera y mucho mayor ambición: el amor, su devoción, sus fortalezas, sus debilidades, pero a fin de cuentas, su innegable e inagotable trascendencia incluso en el más recóndito de los contextos.

Y es así, en medio de esta inconmensurable ironía que me vi protagonizando, que Xavier Dolan, otrora sujeto detestable y asiduo candidato a ser quemado en la hoguera del cine, produjo la que hoy debo considerar la más reciente adición a mi top diez de películas favoritas. Cabe aclarar, estimados, que esto no significa, como sabrán, que la película sea igualmente para todos la experiencia que fue para mí y que terminará en el top diez de todos – porque eso es lo bonito del cine y de todas las cosas en verdad, para todos puede ser algo distinto. Pero Laurence Anyways, sea cual sea el veredicto que le dé cada uno de ustedes, es definitivamente una experiencia.

8.5/10 Top Diez.

Zombies All Over Again

Guerra Mundial Z
2013
Dir. Marc Forster



La última década ha estado particularmente interesada en explorar hasta el cansancio la metáfora de los zombies en el cine, y aunque estamos completamente de acuerdo en que la época que vivimos es idónea para que dicha metáfora sea contingente, la insistencia de reciclar la misma metáfora de formas someramente distintas no ha logrado dignificar la figura de los muertos vivientes, ni menos aún su importancia como comentario social.

Por ello mi primera aproximación a Guerra Mundial Z venía empapada con los comentarios sobre su “mirada fresca e inteligente sobre el fenómeno zombie” (como enuncia Rotten Tomatoes), y, de nuevo, aunque no soy un acérrimo fan de este subgénero en específico, me vi moderadamente entusiasta en el visionado.

Guerra Mundial Z empieza portentosamente, con un sentido abrumador de desorientación y caos colectivo que es efectivo y poderoso. Está claro desde un principio que su finalidad no está en el desarrollar personajes sino en explorar la escala de una catástrofe masiva; que los personajes en los que nos focalizamos son sólo vehículos que nos llevan a través de la exploración de este dantesco escenario (palabra que utilizaría un periodista local para describirlo), y que el drama humano, más que en la identificación con el personaje de Brad Pitt y su familia, estaría en el examen del cuán desesperanzada y perdida está la humanidad restante ante la innegable opresión de la pandemia zombie. Al menos, hasta la mitad de la película, ése es el tema: el aspecto geopolítico de una pandemia hipotética, el cómo cada país protege sus propios intereses en vista de una catástrofe global, y el eventual fracaso de sus medidas.



La segunda mitad de Guerra Mundial Z está sujeta a una intensa discusión entre críticos, público general y asiduos del material original, la novela de Max Brooks. Como sabrán algunos de ustedes (o quizá no, por eso procedo a contarles), esta película sufrió de tremendas complicaciones durante su producción, lo que obligó a refilmar, a expensas de un costo considerable, alrededor del 40% de su duración total, con un guión que tuvo que ser reescrito en pleno rodaje y haciendo vivir a los realizadores su propia catástrofe masiva. Efectivamente la segunda mitad se reduce mucho en escala, siguiendo sólo a Brad Pitt y a Segen, militar que ayudó a salvar de la muerte, mientras siguen las pistas que pueden o no llevarlos a descubrir una forma de derrotar a la plaga, o en el peor de los casos, ayudar a ganar tiempo para organizar un contraataque eficaz. Mientras el final original concordaba en su masividad con las escenas anteriores, el tercer acto de la película terminada es mucho más similar a los lugares comunes del subgénero: caminatas silenciosas en pasillos oscuros, estrategias de supervivencia, y básicamente una dinámica muy similar a lo que sería un videojuego; lo que en sí no está mal, pero al olvidarse de todo lo anterior convierte la cinta en un territorio ya transitado que no ofrece las ventajas de una reducción de escala – si se vuelve más pequeña, tiene la oportunidad de explorar mejor a los personajes, pero a estas alturas Brad Pitt es sólo Brad Pitt; es la única dimensión que tiene, y se recae en la premisa del héroe que tiene que salvar a la humanidad. Su deseo de volver con su familia se vuelve superfluo e irrelevante para el espectador, y la exploración inicial de la película se disipa en un final que se nota forzado y fuera de lugar – y además, recicla su resolución de otras cintas antes vistas, por lo que en estricto rigor, la metáfora zombie no se renueva.

Aún así, en mi humilde opinión, Guerra Mundial Z es una cinta que no carece de interés, particularmente por la fuerza con la que su primera mitad retrata el caos colectivo y los aspectos geopolíticos de una catástrofe a escala global, y por algunos momentos de intensa acción y buenos efectos especiales.

6.5/10 Muy interesante

(No) Puedes Rehacer Lo Que No Estaba Mal En Un Principio


Evangelion 3.33: You Can (Not) Redo
2012
Dir. Hideaki Anno, Mahiro Maeda, Masayuki, Kazuya Tsurumaki



Retomar y superar lo que 2.22: You Can (Not) Advance nos dejó era una tarea admitidamente difícil. La segunda parte de la tetralogía del Rebuild of Evangelion era intensa, emocionante, trágica, y últimamente, completa. Se nos dejó con una Rei Ayanami más evolucionada, empatizable, en una conmovedora relación con un Shinji que era capaz de tomar decisiones firmes en detrimento de su usual pasividad y vaivén motivacional; una Asuka atravesada por la tragedia, fuerte pero conflictuada, y la promesa de una catástrofe no sólo física sino emocional allí donde era inminente la ocurrencia del Tercer (?) Impacto y la entrada definitiva de Kaworu Nagisa.

3.33 parte haciendo caso omiso de todas las promesas que hizo la entrega anterior y se sitúa catorce años después de los eventos de 2.22, creando un escenario de confusión y vacío existencial no sólo en el protagonista que regresa, Shinji, sino también en el espectador. Podría argumentarse que en ese sentido la película exitosamente transmite la sensación del “¿dónde estoy?”, si no fuera porque es sencillo lograr dicho efecto cuando expones al protagonista y al espectador mismo a una serie de escenarios de reacciones hostiles sin explicaciones y donde todo ha cambiado a tal grado que cualquier conexión con el mundo que se había construido anteriormente ya no existe. Estamos en presencia entonces de un mundo que no sólo tiene la tarea fundamental de hacerse cargo de las expectativas rotas por las promesas sin cumplir, sino el de construir expectativas nuevas en base a este nuevo mundo propuesto, por el mismo hecho de situarse en un plano tan distante. Y es ahí donde 3.33 falla más rotundamente: en su corta duración (en relación a 2.22, y en especial a lo que necesitaría de tiempo para construir y desarrollar exitosamente este nuevo escenario), no logra más que ser un compendio de escenas erráticas, secuencias de acción gratuitas, personajes que son sombras de lo que fueron (personalmente admito que la pérdida más grande fue la de Rei), motivaciones pobres y convenientes, explicaciones a medio cuajar sobre las incongruencias lógicas, y en resumen, un clima general de profunda dislocación respecto a su lugar en relación a las dos películas que la preceden.



Si fuese mal pensado diría que 3.33 es la excusa que buscó Anno para escapar a las tremendas promesas de 2.22 al darse cuenta de la dificultad que suponía el encargarse de ellas; dándole el beneficio de la duda, pareciera ser que lo mejor que se puede decir de ella es que es un intento interesante pero fallido por explorar una continuación alternativa a la historia, que no sabe suplir satisfactoriamente las respuestas para tapar sus montañas de incongruencias, y en especial, la imposibilidad de desarrollar sus personajes en este mapa post-apocalíptico (las motivaciones de Shinji bordean lo ridículo… Kaworu: ¡Shinji, no saques las lanzas! Shinji: ¡Tengo que sacar las lanzas! *saca las lanzas* Shinji: ¿Por qué saqué las lanzas?”). Alguien podría levantar la mano para hacer notar que la última parte de la tetralogía puede ser la que lleve a un clímax apropiado las líneas que lanza 3.33, pero el problema está en que sencillamente la película que tenemos entre manos ahora no promete nada que valga la pena esperar – entre personajes que han sido reducidos a su más básica expresión, conflictos confusos, una construcción dramática muy dispersa (lo más esperado de esta entrega, la relación Shinji/Kaworu, también se ve mermada por la ineficacia para tratarla sensiblemente; en la mitad del tiempo, dicha relación quedó mucho mejor expuesta en el animé, y acá se desecha la sutileza por lo gráfico). Al final, nunca deja de ser interesante por el sólo hecho de pertenecer al universo de Evangelion, pero ésta es una secuela que tristemente no está a la altura de las circunstancias, dicho con el mayor dolor de un acérrimo fan.


5.5/10 Medianamente interesante
Iván Ochoa Quezada, Comunicador Audiovisual

Mazurka con Joe Wright


Anna Karenina
2012
Dir. Joe Wright



Anna (Keira Knightley) es vestida por una sirvienta con un vestido ideado por Jacqueline Durran, bañada en la luz de Seamus McGarvey, y mientras se mueve y sale del set que es su tocador, en dirección al estudio de su marido, un ejército de tramoyas desarman el set del tocador en un baile coreografiado en conjunto con la cámara hasta que, tras un par de vueltas y cambios de foco, lo transforman en el estudio mismo al que se dirige la protagonista. Sin cortes, todo ocurriendo frente a la cámara. Así opera la particular adaptación que Joe Wright (Orgullo y Prejuicio, Atonement, Hanna) hace de la gruesa e icónica novela de Leon Tolstoy : casi en su totalidad filmada en un teatro, con los actores y extras moviéndose en sets que cambian constantemente en coreografías autoconcientes, una puesta en escena donde los mismos personajes fluctúan entre ser humanos y parte del decorado, y un montaje moderno que, muy similar a Atonement, privilegia la musicalidad del ritmo y los cortes que traslapan elementos aparentemente disímiles entre las escenas que conectan. Es lejos el trabajo más experimental que ha hecho Wright hasta ahora, y es un festín audiovisual del más fino trabajo de dirección de arte, música, cámara y montaje – pero, como han señalado correctamente sus detractores, Anna Karenina es un ejercicio que, mientras hace un uso lujoso de sus formalidades, deja de lado la importancia de la historia en sí, el desarrollo de personajes, y las actuaciones.


En lo personal, y disculpando mi ignorancia sobre otros trabajos similares, no había visto una propuesta de puesta en escena que descansara tanto en la interacción de los actores con los sets, y el diseño de los sets en sí, desde Dogville (2003, de Lars von Trier), teniendo siempre en mente el trabajo más antiguo del perenne Peter Greenaway (El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante). En Anna Karenina existe la intención de usar todas estas suntuosidades formales para contar la historia de forma extraordinaria (la coreografía constante en la que se mueven los personajes no es sólo una referencia a las formas del ballet ruso, sino que sirven en teoría para mantener un énfasis absoluto en los personajes protagónicos; el tiempo literalmente se detiene cuando Anna y/o Vronsky, su amante, cruzan un set, con los actores permaneciendo inmóviles), pero inevitablemente, un tratamiento que se apoya tanto en lo formal permite la disolución casi completa del interés por el meollo narrativo en sí: los bailes cobran más relevancia que los dilemas de Anna y las reflexiones de Levin, y los múltiples temas y subtextos de la tremenda historia original subyacen perdidos entre capas de una sofisticación visual fascinante y lírica, pero últimamente demasiado absorbente para existir en armonía con la historia que intenta contar.



Y aún así, a pesar de que la dirección y el diseño de producción de Anna Karenina son en cierta forma los efectos especiales de la película (incluyendo su dependencia excesiva para hacer atractivo el relato, síntoma omnipresente el día de hoy), el buen gusto de Wright y el conjunto de talento que logra reunir, incluyendo los actores a los que no les saca todo el partido que podrían dar, dan como resultado una cinta suntuosa, elegante, melodramática (no en el sentido peyorativo), y en conclusión, uno de los experimentos formales más fascinantes de los últimos años. Sí es cierto, sin embargo, que los fanáticos de Tolstoy probablemente saldrán con ganas de incendiar el complejo cinematográfico de turno. Pero para toda película hay un séquito de amantes y una horda de detractores furiosos, ¿o no?

6.5/10 Muy interesante.