The Hobbit: An Unexpected Journey


El Hobbit
2012
Dir. Peter Jackson



Nueve años después del cierre de la trilogía de LOTR, y de un sinnúmero de problemas legales, limbo productivo, y un momentáneo cambio de mano (a Guillermo Del Toro), Peter Jackson finalmente regresa a la Tierra Media junto a su séquito de colaboradores para embarcarse en otra aventura de hobbits, enanos, elfos e Ian McKellen. Era posiblemente el escenario más idóneo para la realización de la tan esperada precuela, con todos los responsables de la primera trilogía regresando para garantizar una visión íntegra y consecuente con todos los muchísimos puntos fuertes de la que considero, personalmente, uno de los trípticos más perfectos de la historia del cine.

Lo que tenemos ahora entre manos es la primera parte de la que hace poco fue anunciada como una nueva trilogía cuando originalmente se había considerado partir el libro en dos; sean éstas razones económicas o artísticas es tema de debate, pero el consenso parece ser éste: de vuelta están el humor, la calidez, y la belleza de la Tierra Media, pero completamente atrás se quedó la habilidad de Jackson de sintetizar y priorizar elementos relevantes de la historia. El Hobbit es prueba fehaciente de que hasta lo que se ve maravilloso no puede extenderse sin perder parte de su encanto – aun cuando apele a la nostalgia de sus fieles más acérrimos (me incluyo), no se puede negar que en más de un par de ocasiones Jackson pierde el foco y el sentido del ritmo y se dispersa hacia detalles que funcionan como trivia más que como engranajes vitales para el avance de la historia. En sí, la película está estructurada como una serie de repeticiones que constantemente se alternan entre secuencias de acción y distención, acción y distención, con una buena porción olvidándose de desarrollar personajes (de los cuales tiene bastantes) y trama en general. Esto resulta problemático si se lo piensa a gran escala en términos del conjunto de la trilogía: ¿es realmente necesario ocupar nueve horas en contar una historia que podría ser contada quizá en menos de seis, y hasta en buenas cuatro, como Retorno del Rey?

Jackson ha caído en una contradicción fundamental al afirmar que con El Hobbit quiso emprender una adaptación completa, al contrario de LOTR – con esta decisión, puede haberse ganado el corazón de los fans (en teoría), aunque en definitiva la opción sólo perjudique al público en general: en literatura uno PUEDE describir la cola del gato que pasa junto a la mesa del frente en un restorán; en cine, si no ayuda a mover la historia de alguna manera, está de más. El cine es economía narrativa. Y acá hay una abundancia extrema de colas de gatos; apéndices que relatan historias pasadas, acciones irrelevantes de personajes, y toda una plétora de detalles que el bien intencionado Jackson despliega sobre 170 minutos, pero que lamentablemente sólo dilatan el progreso dramático de la historia y a ratos depositan el interés casi exclusivamente en la apreciación de sus cualidades técnicas, por sobre la historia en sí. A ratos los paisajes importan más que los personajes.

Aún así, y acariciando con amor mi corazón de abuela, El Hobbit mantiene el bienvenido feeling de la Tierra Media gracias a su sentido del humor, su corazón que aunque disperso sigue latiendo fuerte, el regreso de un puñado de personajes muy queridos, y la música de Howard Shore que sitúa de inmediato en los terrenos más nostálgicos que dejamos pasar hace ya una década. Para disfrutar cada una de las 130 horas que dura.

6.5/10 Muy interesante

I wipe my ass with your human rights


CARNAGE
2011
dir. Roman Polanski


Me permitiré un pequeño parrafillo introductorio (y me disculpo si suena majadero) sobre historia del cine para entender de lleno sobre qué tipo de tierra se para Un Dios Salvaje.

 Bajo el concepto de obras de cámara, o chamber plays, se han producido algunas de las mejores películas de la historia del cine. Aunque es un concepto propiamente del teatro, fue adaptado a la cinematografía en los años ’20 principalmente por los alemanes (en lo que se conoció como Kammerspielfilm) y fue explotado por genios del calibre de F.W. Murnau, John Cassavettes e Ingmar Bergman. La gracia de la obra de cámara es que utiliza muy pocos personajes (generalmente tres o cuatro) en un espacio delimitado y claustrofóbico que fuerza una gran intimidad para con ellos, y siempre son estudios psicológicos profundos independiente de la tonalidad en que se interpreten – ya sea un drama corrosivo y denso como la gran ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966) o una comedia negra como la que nos acaba de entregar Roman Polanski, donde dos parejas de padres se sientan a discutir las circunstancias y consecuencias de una pelea que involucró a los hijos de ambos.

Siempre es un éxtasis ver cuando  los actores se divierten con el material que se les entrega, y ver a Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly ir socavando lentamente su carácter civilizado hasta caer en el más absurdo infantilismo y mutua destrucción es un espectáculo que, aunque minimalista, es raro de encontrar en estos días. Simplemente se nota demasiado que lo pasaron estupendo interpretando a personajes tan despreciables y aun así tan entrañables, explorando el cinismo y la superficialidad de los mecanismos del “comportamiento civilizado” y el “sentido de comunidad” que tanta gente se adjudica y que en verdad son de las creencias más petulantes e ingenuas que pueden existir. Toda la película (y la obra en que está basada) gira en torno a la premisa nihilista de que las buenas costumbres son en verdad miserables fachadas y que en verdad lo que nos gobierna es la pura violencia.

En míseros ochenta minutos Polanski logra dirigir a sus actores hacia un choque cuádruple caracterizado por un ritmo imparable aunque en ocasiones repetitivo y exhaustivo; siempre es un riesgo realizar una obra de cámara por el simple hecho de que la claustrofobia provocada por la utilización de un solo espacio asfixia muy pronto, y se vuelve una responsabilidad casi exclusiva de los actores (y el director) dejarlos llevar el peso de su encierro. Dicho eso, y reconociendo que son los cuatro protagonistas los que llevan exitosamente la película en sus espaldas, hay que decir que Polanski ha visto mejores tiempos en lo que se refiere a representar el encierro y la asfixia. Un director que produjo algunas de las mejores películas sobre el tema (Repulsión, El Arrendatario), acá se limita a dejar que la cámara y en general todos los recursos cinematográficos tomen un rol muy pasivo y secundario – al contrario de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? donde Mike Nichols le da notoriamente un feeling cinematográfico a lo que podría haber sido muy fácilmente una penosa muestra de “teatro filmado”. Un Dios Salvaje no cae en ese terreno tan triste, y hace bien en dejar que su elenco cargue el peso de todo sin forzar las visuales a ser innecesariamente artificiosas, pero sí se echa de menos un rol un poco más agresivo y creativo en la forma de abordar esta intervención de la privacidad.

6.5/10 Muy interesante.

Chile, La Alegría Ya Viene


No
Dir. Pablo Larraín
Guión: Pedro Peirano
2012



A propósito de revisar cierres de trilogías (refiriéndome a mi anterior review, el de Dark Knight Rises),  el tríptico cinematográfico que Pablo Larraín realizó en torno a la dictadura militar chilena tiene superhéroes y villanos delineados mucho más sutilmente, y de manera más ambigua y debatible. Comenzando con Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y culminando con No (2012), Larraín intentó hacer una especie de visibilización definitiva del tema dictadura dentro de la filmografía nacional en el formato ficción. No es que ningunee a Machuca (2004) y otras ni mucho menos, pero su ambición es notoriamente el instalarse como exámenes de la “verdad”, o al menos de la oposición, dentro de un contexto que siempre ha sido difícil de retratar por la misma realidad de este país tan difícilmente abarcable en su totalidad.

Viendo No, el tono de las dos películas anteriores se hace más coherente, pero no por ello más digerible. Reconociendo sus valores individuales, ambas películas pecan de una visión reduccionista y mal enfocada, siendo, personalmente, Post Mortem la que más se ve afectada por una realización distante, austera, típicamente divisiva entre sus ambiciones de público y su verdadera vocación como caballito de batalla de festivales. Tony Manero es más compleja pero fallida en tanto que inspecciona un tema muy interesante (industria cultural e importación de imaginarios en el período, el cómo la dictadura fue una puerta para que Chile fuera parte de una “economía globalizada” en el símbolo de un hombre que quería ser el personaje de una película gringa) y lo abandona entre ambigüedades varias. No, sin embargo, es algo completamente distinto.

Con un guión escrito por Pedro Peirano (que además exuda su sentido del humor sarcástico), No es una visión relativamente simple pero bien lograda sobre el proceso creativo detrás de la franja del No en el plebiscito de 1988. Lejos de ser distante y austera, es la primera de la trilogía con un tratamiento mucho más dinámico y ágil, y hasta humorístico; siendo ésta la característica más inteligente de la película en tanto que se trata a sí misma como la franja del No hizo consigo: apelando al humor y la creatividad, y no a la tragedia, no a la denuncia. Dentro de la trilogía, su lugar es coherente: siendo las dos películas anteriores una acusación de la violencia y los horrores de la dictadura, No es el examen del pequeño período en que se fraguó la manera en que se instigaría a la gente para votar por el cese del período. Su tema no es la dictadura en sí, aunque maneja parte de sus aristas y más que nada ya como retrospectivas y breves consecuencias; su foco es en realidad la mercantilización de la política y su estrecho vínculo con la publicidad – el “NO” tenía que ser vendido como un producto, y como tal lidia con los límites éticos de transformar una tragedia nacional en un bien de consumo.

La película inspira más debate del que plantea en sí misma – es una visión relativamente simple cuyo objetivo es contextualizar a una generación que se cree desvinculada de las consecuencias políticas de un hecho histórico que demasiadas veces ha querido meterse debajo de la alfombra como “pasado” – algo así como “Plebiscito ’88 para dummies”. Como tal, se enfrasca dentro del momento que retrata y no se proyecta como un análisis sobre qué supuestamente es a lo que estaría apuntando el nuevo Chile, el Chile del No; su estructura es la de una competencia, el de la búsqueda de la victoria, y no el análisis de qué estaría significando esa victoria, después que se consiga. Como tal, los más exigentes pueden criticarle este punto como una ingenuidad, pero a mi humilde parecer, No consigue realizar un retrato extremadamente interesante del fenómeno de batalla de creatividades que terminaron por jugar un rol decisivo en la historia de un país. Ahora, enfrentemos la verdad: la película es innegable, y decididamente, parcial: el humor de Peirano es partidista, y aunque lucha por ser sutil, la película transpira una actitud sarcástica hacia la clase dirigente de entonces, los autores detrás del Sí, y Pinochet mismo. Notable es la escena de la naranja entre Alfredo Castro y Jaime Vadell, una comprimida metáfora de la visión de la derecha sobre temas de materia país, tanto a nivel textual como visual.



7.5/10 Muy recomendable
             

TDKR


The Dark Knight Rises
2012
Dir. Christopher Nolan



Steven Spielberg dijo, “hacer una buena película es muy difícil. Hacer una obra maestra es prácticamente imposible”. Añado a esto, “Hacer una gran trilogía es tarea de dioses, o de Peter Jackson”. Ni siquiera Francis Ford Coppola (El Padrino) pudo hacerlo, y muchos han caído en el intento. Las sagas de Alien, Spiderman, X Men, entre otras, son ejemplos donde el consenso es que la tercera parte arruina la trilogía, ya sea por exceso de ambición, fracaso en cerrar temáticamente la narración, o simplemente la incapacidad de lograr el estándar de calidad. Si ya es difícil lograr que la tercera no sea un fracaso por el peso de las expectativas, imaginad lo terrible que debe ser conseguir que sea la mejor de las tres (conozco MUY poca gente que discrepará conmigo, pero El Retorno del Rey es el ejemplo epónimo de esta excepción a la regla). Christopher Nolan se enfrentaba a expectativas que ponían en vergüenza la distancia entre la Tierra y el fin del universo, y en parte se debe a esto la cavilación del director a realizar lo que hoy es The Dark Knight Rises.

La verdad es que es tremendamente difícil el ser imparcial juzgando una película por la que esperaste cuatro años, y más: TDKR (como me referiré a ella de ahora en adelante) es prácticamente la cinta que más he esperado en la vida, siendo un fan de Batman desde la niñez, queriendo ser partícipe de una historia que le brindara al personaje la mayor oportunidad de desplegar el potencial testosterónico, emocional, político e intelectual que se merece. Bajo ese prisma de infernales expectativas, Nolan cumple cada una de ellas con lo que he llegado a calcular (nerdmente) es el 80% de su capacidad. Objetivamente, TDKR es una película de ambiciones temáticas y narrativas tremendas, aterrizando la trama en la esperable alegoría política contingente, tomando una serie de decisiones correctas que van desde la elección del villano (Bane, al fin un rival que equipara o excede a Batman en todas sus capacidades) hasta el cierre temático de la trilogía (la reafirmación de Batman como un símbolo que sobrepasa las identidades secretas de quienes se ocultan bajo la máscara); entremedio se equipara la escala épica de sus 164 minutos con escenas de una intimidad y fragilidad notable, en particular la relación entre Bruce Wayne y Alfred que, aunque reducida y limitada, logra establecer un efecto en el espectador. Una huella de emoción. Y esto es lo que tengo que decir más fuertemente sobre la película, en términos “negativos” (porque no puedo hablar estrictamente de “fallas”, TDKR no es una película fracasada, es una gran película con muchos pequeños defectos): su ambición es tan grande, y su ejecución final tan restringida, que todo se siente cortado antes de alcanzar la madurez – muchas emociones son verdes, varias escenas parecen apresuradas en su puesta en escena cuando, en comparación, dispositivos similares en The Dark Knight habían funcionado muchísimo mejor.

No quiero ser malentendido. Durante toda la película estuve emocionadísimo, y la media hora final es una inyección mixta de adrenalina e hiperventilación nerviosa, vaticinando (y temiendo ansiosamente) las intenciones de Nolan de llevar la historia a puntos donde no se creía posible. Es sólo que TDKR, dentro de todos sus logros, dentro de toda su genuina emoción, se siente a ratos demasiado dura, con muchas esquinas sin pulir. Su ambición le impide casi por definición el permitirse sutilezas. Así entonces, mucho del desarrollo emocional entre personajes, y dentro de los personajes mismos, tiene que ser lo más directo e informativo posible, sencillamente porque se tienen demasiadas aristas que manejar. Ésta es prácticamente una película coral, donde todos los personajes (Wayne, Alfred, Gordon, Selina Kyle, Bane, Blake, Miranda, Fox, y la ciudad misma) deben alcanzar un nivel de desarrollo y relevancia en la trama que, honestamente, no alcanza en 164 minutos. Como lo comentaba en la salida del cine, TDKR se beneficiaría tremendamente de un corte que durara al menos unos buenos 200 minutos, muy en la onda de El Retorno del Rey.

Uno de los aspectos más interesantes y debatibles de la cinta es, como lo señalé en algún otro review anterior, el comentario político que  muchas películas basadas en cómics desvalorizan. Si The Dark Knight era sobre la política de seguridad interna de EE.UU. post 11 de septiembre, TDKR es sobre la guerra de clases, la revolución social suscitada por la desigual distribución de bienes y una curiosa revisión del funcionamiento actual del capitalismo. Los actos de Bane, el villano, resuenan bastante a los de un “anarco-comunista” (entre comillas muy cuidadas, porque denominar y clasificar corrientes de pensamiento y actuar político siempre es complejo), donde su intención aparente es abolir el liderazgo de los ricos y corruptos y dejar que la gente misma tome el control de su ciudad bajo un estado de ocupación. Bajo este estandarte de “liberación social” se esconden intenciones claramente más oscuras. Pero es esta aproximación la que resulta interesante, porque uno tendería a pensar que de hecho Bane está actuando como un líder del 99% que hoy protagoniza la lucha contra las corporaciones que manejan y manipulan nuestro diario vivir; un extremista de dicha lucha, pero un representante al fin. Reclama por la corrección de la injusticia económica y legal que produce un sistema judicial corrupto, desigualdad social y nula representación popular. Y más interesante aún es saber que Batman, el héroe que todos apoyamos, es en realidad la concreción del ideal capitalista que defiende el derecho a existir de las corporaciones y demases – el mismo Bruce Wayne es un empresario que defiende, en definitiva, sus intereses y los de los demás en cuanto intereses privados. Es quien ayuda a perpetuar el estado actual del sistema, el que lucha en contra de la revolución. Y esto no hace que Batman sea malo, ni que Christopher Nolan sea militante de un partido de derecha neoliberal: como lo dijo el mismo realizador, lo que hace es simplemente setear la historia dentro de un escenario posible, contándonos la historia de cómo ocurriría todo esto en el mundo real – caricaturizando en cierta medida los polos, pero de forma realista sin embargo. Y en la realidad actual, no hay algo más aparente que el intento constante de mantener las cosas tal como están, de acallar las protestas e invisibilizar los conflictos.

Concluyendo esta extensa revisión, no me queda más que reconocer que TDKR es todo lo que debería ser, pero en porciones algo menos generosas de las esperadas. Aún así, es emocionante, hiperkinética, sorpresiva y audaz, y es un cierre más que adecuado a una trilogía que, en un principio, no se previó podía terminar siendo tan exitosa y gratificante. Y tan difícil de calificar objetivamente.

7.8/10   Casi obra maestra.

The Grey


The Grey
2012
Dir. Joe Carnahan


Pocas películas logran hacerte cuestionar y valorar tu vida, la forma en que la vives, y la aceptación de la mortalidad sin volverse majaderamente moralistas ni cursis. La saga completa de Saw se construye en base a la premisa “quienes no valoran la vida no merecer vivir”, pero a través de un festival gratuito de gore y nulo desarrollo de personajes nunca logra evocar una verdadera apreciación o entendimiento de dicha proposición – porque la verdad es que es bastante difícil lograr que tu audiencia, tan disímil por naturaleza, entre en el juego de evaluar sus vidas bajo el prisma de aceptar la muerte como algo espontáneo e inevitable.

En The Grey, Liam Neeson (sólido como siempre) es parte de un pequeño grupo de personas que sobrevive a un desastroso accidente aéreo en Alaska que, además de luchar contra el frío y el hambre, debe defenderse de la amenaza de una manada de lobos que sigue cada paso que dan. Con esta información de antemano, The Grey es engañosa. Su storyline atrae inmediatamente a quienes quieran ver una historia de acción y suspenso – y lo curioso es que cumple esta promesa con creces, añadiéndole a esta desesperante y rítmicamente bien armada historia una contundente agenda filosófica que explora varias aristas de la condición mortal del hombre. Verá Ud., los lobos son una metáfora de la muerte como una amenaza omnipresente que no sigue lógicas racionales o “dramáticamente consecuentes” – como discuten los personajes en cierto momento, el haber sobrevivido al accidente no es una señal de que han sido bendecidos con una experiencia enriquecedora que los exime de morir a manos del frío, el hambre o los lobos; la muerte sigue apareciendo indiferentemente.

 El tema central es la aceptación de la muerte como una fuerza superior a la nuestra; una fuerza que representa la última lucha de nuestras vidas, con la que debemos enfrentarnos con dignidad, pero últimamente aceptar y “dejar que se deslice sobre nosotros”. Es una lucha que siempre perderemos, pero una que define nuestra humanidad mediante la conclusión y apreciación de la vida que vivimos – los personajes se defienden de lo inevitable con un objeto muy cotidiano y sin embargo muy certero: las billeteras con las fotografías de sus familias, la única defensa que tienen contra la muerte siendo los recuerdos de su felicidad. Entendiendo que el tema de la historia es la muerte y el cómo enfrentarla, es que uno tiene la clave para sentirse satisfecho con el final, sin creer que los realizadores se quedaron sin celuloide para rodar la verdadera conclusión – porque sí, estimados, The Grey tiene uno de esos temidos finales abiertos. No lo adelantaré, pero sólo enfatizo: piensen durante la película, ¿de qué me está hablando esto? ¿Cuál es el tema? Y sólo así encontrarán, como yo, que el final es la mejor conclusión posible que podría haber tenido ésta historia.

The Grey, en su totalidad, es una historia filmada de manera sublime, fiel al feeling cinematográfico de narrar con capas de lectura y emociones; sólo muy raramente tambalea cuando quiere adherirse temporalmente a los cánones de película de terror. Pero fuera de eso, es fácilmente una de las mejores películas que he visto en el año.

7.5/10

Brave


Valiente (Brave)
2012
Dir. Mark Andrews & Brenda Chapman


Pixar es un lugar de sorpresas. Aunque guarde a Disney en mi corazón por haber influido tanto en mi crianza como mis padres, la perspectiva que se adquiere con la edad sólo evidencia que muchas producciones del señor Walt estaban demasiado empapadas por convenciones de su época y una muy lenta resolución a ir renovando sus paradigmas. Por ello, hasta el año antepasado cuando se estrenó Tangled (Enredados), y a pesar de los exitosos intentos por “actualizarse”, Disney insistía majaderamente en el formato del musical y la historia de los amantes, arrastrando temas que han carecido de desarrollo desde los tiempos de Blancanieves.

En ese contexto, Pixar sumó puntos cuando hizo su aparición a principios de los 90s, desarrollando historias que, si bien no revolucionaron la narrativa, le concedieron al género de la animación un estatus de terreno en el cual se podían tomar elementos “infantiles” y conseguir resultados que apelaban tanto a niños como a adultos; temas desarrollados con sorprendente profundidad, sutileza y emoción, lo que pronto convirtió al ahora afamado estudio en la nueva y definitiva “fábrica de los sueños”. A tal nivel de maestría llegó su metódico amor por el buen storytelling, que en 2008 produjo lo que recientemente un gran grupo de críticos nombró como la mejor película de la década 2000-2010: WALL E. Esta capacidad de renovar lo ya visto y añadirle capas adicionales, manteniendo como constante la magia de la inocencia y el humor, es lo que hace de Valiente un éxito.

Valiente empieza como la archiconocida historia de la princesa agobiada por los protocolos y exigencias de su condición, buscando libertad y realización personal lejos de la notoria rivalidad que mantiene con su madre. Este roce, construido con un énfasis e intensidad mayores que los vistos en otros relatos similares, es el vértice que sostiene la vuelta de tuerca que toma la película cuando la aventura que vive la pelirroja protagonista es mucho más íntima y compleja que cualquier otra que pudiera haberse elegido – Mérida no tiene que salvar a su reino ni encontrar el amor, tiene que afrontar las consecuencias de una decisión que afectó directamente el vínculo entre ella y su madre, y pone en peligro la vida de ésta última. Con esto, Valiente explora sensatamente la relación madre-hija, la naturaleza de las tradiciones, el mutuo entendimiento y el cómo el destino es una decisión personal. Puede ser verdad que no es tan sorprendente ni emocionante como WALL E, Up o la trilogía de Toy Story, pero su mera amplitud de visión en tratar un tema que antes había sido tan ignorado le vale un gran mérito. Se nota sin embargo el cambio de mano que hubo en mitad del proceso (cuando la directora original fue reemplazada), y el 3D, como es de esperarse, no aporta ningún valor narrativo, y de hecho, ni siquiera potencia en demasía las escenas de acción. No he visto la reciente Cars 2 para compararla (supuestamente la peor película que ha hecho Pixar), pero viendo el resultado final, Brave está bastante lejos de ser un punto bajo dentro de la maravillosa seguidilla de éxitos de esta nueva fábrica de los sueños que es Pixar.



Puntaje: 7/10    Recomendable.

Mi Último Round


Mi Último Round
Dirección y Guión: Julio Jorquera Arriagada
2011





Aprovechando una nueva instancia de lucha por la igualdad de derechos y no discriminación a las minorías sexuales,  me parece de lo más acertado revisar cómo se ha representado la homosexualidad en el cine chileno.

Uno tiende a pensar que un buen tratamiento de dicho tema vendría siendo un planteamiento conflictivo que se refiera a la homofobia,  la discriminación laboral, la heteronormatividad y el gran manojo de problemas que comparten no pocos homosexuales en Chile y el mundo; dicha forma de abordar el tema, en principio, está bien, porque nunca se puede dejar de lado el visibilizar estas cosas. Por otro lado, y personalmente, estoy un poco chato de seguir encontrándome con películas que hagan un uso ostentoso de la homosexualidad (la palabra exacta que quiero usar es gringa, ‘flamboyant’), ya sea por la hipersexualización gratuita y el fracaso en otorgarle tridimensionalidad a sus personajes (`Joven y Alocada`), o el uso de ésta como un mero instrumento de autorreferencia –hola, soy el director, soy gay (o encuentro choro serlo) y por eso todos mis personajes/historias son gays- (el cine de Xavier Dolan, o volviendo a Chile, bodrios como 199 Recetas Para Ser Feliz y múltiples trabajos de escuela con los que me he encontrado). Es en mi humilde opinión que la mejor representación de la homosexualidad en el cine es aquella que la trata como lo que es: como cualquier otra cosa, sin adornos, sin que la realidad inmediata de los personajes esté en constante conflicto por ello. Es la representación del mundo ideal al que aspira la lucha, y aunque es prudente decir que sí, se está lejos de eso aún, es la fluidez y normalidad del relato la que la hace llevadera. No todas las historias tienen que tratarse siempre de lo mismo – no todas tienen que ser Philadelphia, Angels in America (VIH/SIDA), Secreto en la Montaña (amores imposibles entre la discriminación) u otras que denigren la homosexualidad en un mar de clichés (la promiscuidad, lo flamboyant, la “vida licenciosa”). Este punto es la mayor fortaleza de Mi Último Round.






El director Julio Jorquera no tiene interés en desarrollar el cliché de conflictuar a un personaje que por antonomasia exuda “masculinidad” añadiéndole a la receta su homosexualidad. En lugar de eso, explora dos personajes que, estando juntos para empezar una vida nueva lejos de casa, ambos enfrentados a una pérdida, descubren que en realidad nunca se fueron de ahí. Uno nunca se aleja de su pasión por el boxeo; el otro divaga en su búsqueda por un lugar estable y cómodo. Es una historia bastante bien armada, cíclica, carente de gratuidades, bien escrita y filmada con contención e inteligencia, con un buen manejo del ritmo y la mezcla entre drama y momentos humorísticos; no es pretenciosa ni indulgente – es una película para una audiencia chilena, con un casting pertinente para ello y no para un comité que evaluará su distribución en Holanda y Francia. Está bastante bien actuada – especialmente por Roberto Farías y Manuela Martelli-, y es el bombón que sobresale entre los pasteles del reciente cine chileno –perdón por eso.

Puntaje: 7/10 Recomendable.


Los Vengadores

The Avengers
Dirección & Guión: Joss Whedon
2012
142 min.



No había visto The Incredible Hulk. No había visto Iron Man ni Iron Man 2. No había visto Thor. No había visto Captain America: The First Avenger. Con esa notoria (falta de) preparación me dirigí al cine a probar suerte con The Avengers, o a morir noblemente en el intento.

El gran favor que nos hace Joss Whedon (a nosotros, los que no tenemos un magíster en Universo Marvel) es que no castiga –demasiado- la ignorancia o falta de geekismo; sí hay un par de referencias y chistes que tienen la misión específica de hundirte en la silla y en las risas de los que sí conocen la mitología hasta las mitocondrias, pero son momentos contados con la mitad de una mano. La verdad es que los personajes de The Avengers se dejan ver y querer bastante fluidamente sin tener que acarrear una biblia completa sobre la historia personal de cada uno, y es lo que permite disfrutar a plenitud la oportunidad de ver a estos seres tan disímiles sacando chispas: es una guerra de egos, intelectos, frases sarcásticas, condiciones humanas vs divinas, y tamaño/dureza de instrumentos de batalla, tan metafórica de la masculinidad. Mi humilde persona se sintió satisfecha de haber sido llevada de la mano desde el instante en que los superhéroes no soportaban estar juntos en una habitación, al glorioso momento en que la cámara gira alrededor de ellos, ya como un equipo, cuando se preparan para el enfrentamiento final. Ése es el encanto real de la película.

 Las escenas de acción son de una escala tan grotescamente ambiciosa que si tuviera que medirlas en la escala de Michael Bay (Transformers), The Avengers llegaría orgullosamente al 9 de 10, también llamada “explotará hasta lo que no debería explotar”. Y hablando de Michael Bay, me SALTA A LA VISTA (como el nombre de ese pésimo programa) la curiosa similitud entre ésta película y Transformers: Dark of the Moon, donde básicamente el artefacto que causa todo el conflicto es el mismo: una fuente de energía ilimitada que abre un portal dimensional del que sale un brígido ejército. No sé si es un homenaje, o una vergonzosa falta de originalidad, pero uno puede suponer que es un detalle menor junto con las escenas que exudan el razonamiento “hay que poner algo que explote, hace rato que no pasa nada”.

 Ahora, si aplicamos un filtro de mayor exigencia, queda decir que The Avengers no ofrece más de lo que se podría esperar de ella: risas y explosiones. El espectador habituado a entretenimiento más denso se verá decepcionado en el sentido que la película no acarrea grandes ideas ni conflictos; incluso cuando pareciera ponerse interesante en ese sentido, girando un par de tuercas, se queda en lugares bastante comunes. Y aquí es donde debo compararla gratuitamente con la película geek que llevo cuatro años esperando: ésta no es una película de Nolan. Ésta no es The Dark Knight Rises. Y aunque sea totalmente innecesario compararlas, al final de la película, satisfecho y todo, queda la sensación de que, post-Nolan/post-The Dark Knight, uno quiere que sus películas basadas en cómics entretengan tanto las vísceras como el cerebro. 7/10

Joven & Hipster


Joven & Alocada
Dirección: Marialy Rivas
Guión: Marialy Rivas, Pedro Peirano, Sebastián Sepúlveda, Camila Gutiérrez
2012






El cine chileno es, si se lo tuviera que describir en una palabra, sintomático. Pero, siendo realistas y concientes, todo el cine lo es. Dentro de toda la diversidad cinematográfica que ha visto la luz en la última década, el único sumario posible es decir que refleja elocuentemente el síntoma del imaginario local; fragmentado, individualista, formalista, desligado, superficial y supérfluo. Nos enfrentamos a salas de cine cuyo público objetivo es nada más que su propio realizador, ávido de masturbación mental y reconocimientos en festivales extranjeros. Nadie se preocupa por el público chileno, la torta demográfica que paga sus cuentas y anda en micro y posiblemente aún tenga acceso a internet sólo mediante los 600 pesos que cuesta la hora en un cybercafé.

La experiencia de ver Joven & Alocada quisiera, en apariencia, distanciarse de ello, pero en la práctica, el análisis menos meticuloso confirma que seguimos en el mismo lugar. Marialy Rivas, con su formación tan íntegramente cinematográfica, dota a la película de un estilo innegablemente lúdico, si bien nunca realmente original, que hace fluir los 90 minutos con relativa liviandad. El problema de Joven & Alocada radica no en sus aspectos técnicos y narrativos, y ni siquiera (tanto) en su insistencia majadera por hacernos tragar la unidimensionalidad de su protagonista obsesionada con la cualidad "liberadora" del sexo, sino en hilos más finos.

Lo que suele molestar en esta seguidilla de películas anecdóticas e individualistas es la total ausencia de una vocación, un esbozo de apelación a una problemática común. Se nos lleva de la mano a través de la historia de una joven de clase alta cuya única característica definitoria es ser una hipster hipersexual inserta en el seno de una familia evangélica. El personaje vive hitos, pero nunca cambia. Y nunca logra provocar en la audiencia reacciones más diversas que la risa a propósito de su 'ingenio lingüístico'. No hay empatía con la protagonista a menos que SEAS la protagonista, o te parezcas a ella, porque sus protodilemas son tan particulares, sin ningún afán de indagación en raíces más profundas, que hacia el final el distanciamiento es casi necesario. Y no es que no haya posibles indagaciones en este contexto: a ratos tiene la rica posibilidad de examinar el complejo mecanismo que opera entre la crianza represiva de un hijo y la explosión conductual que resulta de ésta; pero la película cree fervientemente en la irrelevancia de esto, sustentándose completamente en el carisma de sus formalidades y abandonando una potencialmente interesantísima relación entre Daniela y su madre, y su tía. Uno podría argumentar que esta relación no tenía mayor profundidad en la vida real (la fuente de esta ficción), a lo que uno, con decepción, no puede más que responder: "está bien".

Puntos a favor: como se señaló anteriormente, su tratamiento formal es entretenido, y saca risas. La banda sonora (placer culpable) con Javiera Mena y otros exponentes del mundillo hipster, es casi una experiencia aparte. Pero evite el creer que está en un karaoke.

6/10