Lecciones de Cómo No Hacer Cine, o: Una Tarde con Pablo Larraín

Post-Mortem
2010
Guión de Pablo Larraín & Mateo Iribarren
Dirigida por Pablo Larraín




Me crucé con Post-Mortem el día de mi cumpleaños, caminando por Santiago, pasando por el siempre interesante Cine Arte Alameda (su programación, su aire a shúperloquismo), y decidí darle la oportunidad de ser mi película elegida para pasar el día especial. Había leído/escuchado comentarios contradictorios, y haber visto las dos películas previas de Larraín (Fuga [2006], Tony Manero [2008]) me otorgaban ya una idea de lo que enfrentaría probablemente, pero decidí aventurarme a la experiencia y presenté mi pase escolar para el descuento de $1900.

La tercera de Larraín resultó ser curiosamente similar a Tony Manero en el sentido de que es muy difícil describirla, siquiera resumir su trama. Parece estar construida sobre una historia que nunca toma vuelo, que no se entiende a sí misma, repleta de momentos de autoindulgencia excesiva que producen escenas de notoria incomodidad actoral y narrativa. Se desperdician tremendos talentos en personajes inconsistentes, que recitan diálogos sin carga emocional honesta, acartonados y distantes. La escena de "sufrimiento compartido" entre los personajes de Castro y Zegers evocó, más que empatía hacia ellos, una sincera risa de burla. Larraín aún está engolosinado con la idea de tomar distancia de la historia y personajes como un artefacto puramente formal, como queriendo justificar la amoralidad que predica en su abordaje del período con un narrador despreocupado, frío como un témpano, incapaz de generar siquiera ideas interesantes, ya que ha desechado por completo la emoción. Su vocación de apelar al intelecto se diluye en su propia incapacidad para transmitir ideas concretas con sus personajes y su cámara, tan perdidos como el propio Larraín.

Me pregunto, ¿es tan difícil contar algo con un dejo, simplemente un dejo de honestidad y humildad? ¿Para qué la parada fría y formalista por la que los críticos internacionales se mojan y sueltan premios a Best Third-World Picture si ello delata la absoluta falta de compromiso para con lo que se relata? La respuesta no es la frialdad, la distancia, las chorezas visuales (estoy en completo desacuerdo con alguien que dijo que Larraín no adornaba sus historias, creo que las sobrecarga de gratuidades sacadas de inflexiones de "buen guión" que ya se pasan de prostituidas); si tan sólo este muchacho (y no sólo él, sino todos los del nuevo nuevo cine chileno) aprendiera a dejar que nosotros, los espectadores, empatizáramos más con sus antojadizos personajes y de hecho nos preocupáramos por lo que les pasa (haciéndolos viajar por escenarios más creíbles, por lo demás), podría lograr abordar su fetiche temático con la dictadura con mayor efectividad, y de paso hacer cine de verdad y no ejercicios de egotismo que desperdician tiempo, dinero y talento ajeno.

He dicho.

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