Los perdedores de Todd Solondz

Sobre Happiness (1998), StoryTelling (2001), Palindromes (2004) y Life During Wartime (2009)
Guión y Dirección de Todd Solondz




Hay personajes con los que el cine no se mete. Son los que generan rechazo, asco, los que desafían la empatía y el bolsillo de los productores que no se arriesgan a contar sus historias. Por ello, quedan relegados al margen que les confisca la voz y les quita todo esbozo de humanidad, siendo representados de manera estereotipada y unidimensional en el imaginario colectivo. Por eso el trabajo de Todd Solondz no es menor; cuando decide incluir un protagonista pedófilo, una niña obesa, un universitario perezoso y nihilista, y todo tipo de personajes con cero appeal de leading character, está en el fondo realizando la noble labor de matizar el lado más vergonzoso de la sociedad: los perdedores.



Solondz realiza una exploración y explotación exhaustiva del pathos en cada una de sus películas, introduciendo personajes absolutamente desconectados de un sentido de la realidad adulta responsable y autodeterminante. Son personas hiperfrágiles, masoquistas, megalómanos, en extremo confundidos y poco realistas. Y entre ellos se hallan algunos tabúes contemporáneos: pedófilos, suicidas, parricidas, profesores que se acuestan con sus alumnas, menores de edad que buscan tener relaciones, etc; todo ese mundo que no se muestra en el mundo mainstream sino bajo una mirada paternalista y moralizante, y como tal, unidimensional. Sin embargo, bajo el microscopio de Solondz, estos insignes perdedores se someten a un intenso proceso de desollamiento que los expone en sus enfermedades y obsesiones de la forma más humana posible, recordando que también tienen deseos y necesidades como todos nosotros, sólo que las de ellos han sido catalogadas como inmorales o poco éticas. Con ello, Solondz cuestiona de manera constante los estatutos morales de la sociedad que margina continuamente a sus individuos 'anormales', desafiando la resistencia del espectador ante lo que parece ser la defensa de lo indefendible.



Pero Solondz no es tanto un superhéroe de los perdedores como es un provocador social, pues su intención no es el ser portavoz de los marginales; es un tipo que, como fue enunciado anteriormente, revierte la moneda y nos muestra los matices reales de una sociedad empecinada en concentrarse y revalidar una y otra vez sus figuras de éxito prediseñadas, incluso aquellos lugares comunes de lo marginal que funcionan como la contrahegemonía, como dispositivos de autocontrol para confirmarse a sí misma como hegemonía. Por ello hay tanta controversia cuando Solondz introduce a un padre que se enamora del mejor amigo de su hijo en Happiness, a una chica preadolescente que quiere ser madre y es violada en Palindromes, y al padre encarcelado por pedofilia y la madre irresponsable en Life During Wartime. Éstas son las figuras que la sociedad no quiere reconocer como constituyentes porque representan al Otro Amenazante, al componente reprochable, y sin embargo Solondz las trata con tanta dedicación y cariño que se hace imposible no sentirse conmovido por la delicadeza con que expone la dimensión más humana de estos culpables, estudiando sus deseos y contradicciones y la impotencia de vivir con ellos en un contexto que los condena y reprime. Solondz no justifica las acciones ni los errores de los protagonistas, pero sí desmitifica su condición de outsiders y les confiere la oportunidad de redimirse permitiéndoles despliegues de gran sinceridad y empatía.



Y en esos momentos de honestidad es cuando Solondz demuestra su mayor fortaleza y sensibilidad: cuando antes pareciera tratar con distancia y desdén irónico a sus perdedores, siempre llega un momento (que de todas formas es una progresión) en que éstos se abren y tienen un increíble despliegue emocional que puede liberarlos o condenarlos, pero que halla su mayor valor en el instante en que los personajes se reconocen como fallidos y heridos por deseos imposibles o remordimientos. Así es como Solondz redime a sus personajes: si bien aún siguen bajo el escrutinio moralizador de su sociedad y del espectador, estos perdedores tienen al menos la oportunidad de definirse como humanos que, como todos los que cabemos en esa categoría, también tienen el derecho a voz.


La mejor escena que ha escrito Todd Solondz. De Happiness (1998).





No hay comentarios:

Publicar un comentario