The Origin Of Love

Hedwig and the Angry Inch
2001
Dirección y guión de John Cameron Mitchell




Hay películas que tienen la facultad de hablar creativa y descaradamente de tus deseos y miedos más profundos, los más patéticos e infantiles, los que más te consumen las horas de sueño, los que te llenan de esperanza o decepción al momento en que conoces a alguien. Y hay otras como Hedwig.

No hay una descripción objetiva, para variar. Hedwig basa su impacto mayor en el hecho de que es más afín con ciertas sensibilidades y experiencias de vida, más allá de contar con un guión muy inteligente y pícaro, la hábil traducción de éste a la pantalla por el (también protagonista) director John Cameron Mitchell, y por supuesto, las canciones. Oh dear God, las canciones. Porque Hedwig está repleta de canciones (se le podría hasta llamar un musical), pero el punto de divergencia es que dichas canciones no operan estrictamente como acólitos de la historia; más bien, van construyendo progresivamente el personaje de Hedwig Schmidt-Robinson por sobre la historia, la chica transexual alemana tremendamente talentosa que ve su vida convertirse en un fiasco tras haber conocido a quien le robaría todo su repertorio musical, Tommy Gnosis. Porque el personaje de Hedwig es eso, un personaje que trasciende la diégese de la película y (metafórica y literalmente) se mueve en otros espacios, en otras realidades, hasta en inconcientes.



Las canciones (dignas de destacar son The Origin of Love, Wicked Little Town (ambas versiones), Wig In A Box, y Midnight Radio) son traducciones de carácter poético de los deseos, miedos y experiencias de Hedwig en su búsqueda por su obsesión mayor: su otra mitad. Como el mito platónico de la media naranja que funciona como la base para The Origin Of Love, Hedwig reflexiona constantemente sobre su necesidad de ser uno con otro, de cuestionar la naturaleza del amor, del fenómeno de la atracción, de la perpetuidad de la idea del "tú y yo" en el tiempo. Con una concepción muy romántica (remítase dicha palabra a su significación original, no a la vulgarización actual), Hedwig compara el amor a un acto de creación, a la aparición de un algo nuevo resultante de la mezcla de los dos sustratos que vendrían a ser el y el yo. Prueba visual de ello es el símbolo que se muestra de forma recurrente en las secuencias animadas y en el tatuaje de Hedwig: las dos mitades de un rostro que intentan volver a ser una, y al momento de volcarse la una hacia la otra en una cópula magnífica y definitiva, dan paso a la generación de una tercera entidad, una completitud. La película es eso: la respuesta a esa larga búsqueda por la otra parte de nosotros mismos, aquella que potencia lo que tenemos dormido en alguna parte, lo que nos da la oportunidad de hacer brillar al otro, en un acto de eterna reciprocidad y complementación.

Hedwig es divertida, ingeniosa y witty, a la vez que también es sorprendentemente sensible y honesta. Si bien se construye sobre personajes que no son universales por sus características inmediatas, éstos van develando pronto una tridimensionalidad rica en anhelos y fallas profundamente humanas, quizás las más humanas de todas; el miedo a la soledad, a la carencia de amor, al sinsentido de la existencia, al no reconocimiento... Hedwig engloba un impresionante set de preguntas en 95 minutos de un paquete sumamente atractivo y recomendable.

Lugar en el Top 10 de Películas Favoritas de Leonardo: #5

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