Interstellar
2014
dir. Christopher
Nolan
Suelo
confiar (o al menos, escuchar con atención) las opiniones de mis amigos, así
que cuando me dirigí a ver Interstellar
me preocupé de reducir mis expectativas al máximo, en vista de que se corría la
voz que la última cinta de Mr. Nolan prolongaba el declive que comenzó con The Dark Knight Rises. No remontaré la
retroexcavadora hasta Inception
porque sería hipócrita de mi parte hacerlo, siendo que la AMO con todo mi ser.
Pero convengamos, ya dos años después, que TDKR es un fracaso (dos años en que
viví un lento proceso digestivo hasta finalmente admitir que sí, lo es), y que
eso pesa mucho al momento crucial de sentarse a ver lo que viene después en la
filmografía de alguien – así como The
Dark Knight pesó mucho sobre TDKR, ésta pesaba bastante sobre Interstellar.
Dicho
esto, puedo aseverar que disfruté de Interstellar,
con reservas. Y más de una. Primero, lo malo: no pasan ni 15 minutos y la
progresiva tendencia de Nolan a subrayar insistentemente sus foreshadowings
eliminó toda posible sorpresa que quisiera guardar para el tercer acto (sin
ánimos de spoilear – una sola mención fugaz al plot point de la biblioteca era más que suficiente) . Ergo, pasé
los siguientes 155 minutos sabiendo exactamente cómo iba a terminar la
historia, lo que no beneficia en nada a una película que bordea peligrosamente
las 3 horas – prácticamente invalida la totalidad del relato, y el tiempo que invierto
en él como espectador. Ligado a esto, creo que los Nolan necesitan un script
doctor – esto es, alguien que limpie sus guiones de los kilos y kilos de
diálogos innecesarios y burdos. Una de las muchas bellezas del cine es el poder
poner en imágenes ideas y emociones inicialmente pensadas en otros lenguajes,
lo que NO quiere decir poner a un personaje a hablar sobre esas ideas y
emociones textualmente en pantalla. Siendo el cine un medio audiovisual, esto
es, sobre lo que se ve y lo que se escucha, un ENORME porcentaje del efecto
narrativo se logra también con lo que NO se ve, con lo que sólo se enuncia
sutilmente. El efecto final es que como espectador uno siente que le dan una
bandeja con ideas y emociones prefabricadas, listas para sentir, en vez de
permitirme realizar el ejercicio exquisito de poder digerir y completar yo
mismo la acción, el unir los cabos, el llenar los espacios con mi propia
experiencia humana, mis propias ideas y sensibilidades. ESO sí resulta
satisfactorio.
Tampoco
es necesario rellenar con diatribas científicas si no aportan substancialmente
al corazón de la película – para contrastar este punto, Coherence, una película de ciencia ficción del año pasado (hecha
literalmente con 2 lucas, en la casa del director), logró maestralmente
traducir una teoría liosa como lo es el gato de Schrödinger a un escenario
plausible, y sobretodo moral y emocionalmente complejo. Y la teoría en sí sólo
es mencionada fugazmente, y mejor aún, por personajes con un conocimiento
científico para nada mayor al del espectador promedio – el resto se autoexplica
mediante las acciones de los personajes, mediante las decisiones que toman,
mediante las emociones que sienten y perspiran por la pantalla.
Otra
cosa es que Nolan francamente está dejando de producir cine inteligente, lo que era prácticamente su
tarjeta de presentación. A medida que aumenta exponencialmente la escala de sus
historias, tiende cada vez más a tejerlas menos prolijamente, dando cabida a un
número absurdo de incoherencias – un tema que ha proliferado ricamente en discusiones
en la Internet. Si bien muchas podrían llegar a pasar desapercibidas en el
primer visionado, se vuelven aparentes en el ejercicio de digestión de la
película y en subsecuentes revisiones, y es un peligro hiperbólico el dejar que
estas incoherencias se multipliquen, puesto que destruyen el contrato narrativo
entre el espectador y el relato. Al final la película te pierde, y como una
amistad que te traiciona, reconstruir la confianza es extremadamente difícil,
sino imposible.
Por
último, aunque podría seguir escribiendo por décadas, la falta de personajes
femeninos de peso en la filmografía de Nolan pasó de ser curiosa a necesaria a
molesta, y si bien Interstellar
cuenta con dos (¡DOS!) personajes femeninos, ninguno logra desarrollar un arco
emocional equiparable al que se pretende con el usual protagonista masculino.
Christopher, ¿le tienes miedo a la chochi?
Ahora,
lo bueno: francamente, desde que supe que Nolan intentaría dotar a Interstellar no sólo de rigurosidad
científica y candor intelectual sino que de corazón, pensé que estaba destinado
al fracaso. Éste es un tipo que siempre apela a las vísceras, al cerebro, no al
corazón, y que cuando ha intentado hacerlo en oportunidades pasadas sólo ha
evocado un indiferente levantamiento de cejas. Si bien pesa bastante lo que
mencioné en el párrafo anterior, admito que me sentí sorprendido esta vez – Interstellar tiene un corazón torpe,
infantil, verborreico, pero lo tiene, y hay momentos genuinamente emotivos
desperdigados a lo largo de la película, unos más logrados que otros, pero que
en conjunto destilan una visión algo más madura y elocuente respecto a sus
ambiciones – algunos personajes de hecho cobran vida, aunque sea por algunos
minutos (y gracias al esfuerzo de Matthew McConaughey, Jessica Chastain, Anne
Hathaway, y el gran, GRAN TARS, el personaje más entrañable), y
hacen que la cinta no sea emocionalmente plana. Pero lejos lo mejor, y
aparentemente en esto concordamos entre muchos, es la reinvención de Hans
Zimmer que, si bien continúa reventando nuestros tímpanos, esta vez lo hace con
una banda sonora cuya bellísima presencia bendice la película con una
emocionante grandilocuencia muy reminiscente a 2001 y Koyaanisqatsi de
Philip Glass. Probablemente la banda sonora funciona mejor como experiencia por
sí misma que incorporada a la película, lo que es al mismo tiempo fantástico y
triste.
En
fin, sólo queda esperar que Nolan también busque reinventarse, y en vez de
seguir aumentando groseramente la escala de sus ambiciones, regrese por un
instante a lo que lo convirtió en una sensación mundial.
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