Oz, El
Poderoso (‘Oz The Great and Powerful’)
2012
Dir. Sam
Raimi
Sam Raimi realizando labores de
dirección en una película de Disney es un hecho que suscita un buen
levantamiento de hombros, aunque lo mismo se dijo hace once años cuando asumió
el mando de la largamente esperada adaptación de Spiderman al cine y
(supuestamente, porque yo estoy en profundo desacuerdo) los resultados fueron
aplaudidos y remunerados con cantidades obscenas de ganancias económicas. Esto
porque Raimi es particularmente conocido por su afiliación al género gore de
bajo presupuesto, habiéndonos entregado esas maravillas del cine B que fueron Evil Dead (1981) y Evil Dead II (1987), y más recientemente, Drag Me to Hell (2009). Su rol dirigiendo una precuela para El Mago de Oz es inesperado pero, al
mismo tiempo, interesante, por cuanto es curioso ver lo que su particular
sensibilidad podría otorgarle a la historia de fantasía.
Oz parte modestamente bien, con una introducción apropiadamente
filmada en sepia y en aspecto 1.33:1 (pantalla ‘cuadrada’, que a varios
espectadores les causó shock mientras se preguntaban si toda la película se vería
así de “chica”), con varios pasajes de un humor clever que le inyectan un poco de energía a una historia que se
nota a kilómetros es repetidísima. Por un momento son este humor y una cierta
ternura de ingenuidad la que le permiten despegarse del suelo por los primeros
30 minutos, hasta que se nos lleva de lleno al reino mágico de Oz donde la
imagen adquiere un vívido color y una relación de aspecto más cercana a lo que
estamos acostumbrados a ver – de acá en adelante la película se desinfla como
un globo aerostático atacado por un misil; no tiene tiempo de caer de a poco,
sino que explota, agoniza, y cae trágicamente al suelo para quedarse allí y
morir en el olvido. No sé ustedes, chicos, pero toda esta parafernalia
colorinche digital en 3D ya me tiene francamente chato – nada impresiona. Me
imagino a todos los técnicos y postproductores y diseñadores de producción
gastando millones de dólares intentando crear un mundo que resulte
impresionante para la audiencia, pero es un recurso que se ha explotado a tal
nivel que llega a ser molesto el despliegue de tantos lugares comunes de
plantas con personalidad y flores musicales y toda esta belleza cliché Disney
de libros para colorear.
La mano de Raimi es efectivamente
notoria en varias partes, y aunque en ciertos puntos sirve para volver más
dinámica la narración, sus técnicas son tan inherentemente nacidas desde y para
el cine de bajo presupuesto (incluyendo ese toque ‘camp’ de gusto cuestionable
que tanto le servían a las Evil Dead),
que en una extravaganza de $200 millones se ven, a lo menos, fuera de lugar. El
humor de Raimi también desaparece de un momento a otro, sólo para asomarse por
breves segundos y luego perderse en absoluto entre modos terriblemente
estándares de relatar y mover la historia.
El mundo de Oz, y la trama misma,
hieden demasiado a ese bodrio reciente que fue la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton: las profecías de
un mundo mágico sobre un salvador destinado a convertirse en rey que debe
librar al pueblo de una maldad acartonada. La película no hace ningún esfuerzo
por darle una vuelta de tuerca a sus clichés y aunque el encanto y carisma de
sus actores hacen lo posible por elevar el material, Oz estaba condenada desde el principio a ser tan falsa como sus
paisajes digitales, tan carentes de emociones reales como sus brujas, y en
última instancia, a ser un gran y poderoso ejercicio en repetición e
indiferencia.
5/10 Regular.
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