Amour
2012
Guión y dirección:
Michael Haneke
Nominada a 5 premios Oscar 2013, incluida Mejor Película.
Puede que sea un tema de karma,
como Chile y Brasil en el fútbol (ok díganme que no acabo de hacer una analogía
futbolística), pero es la segunda vez que Haneke es el candidato a quedarse con el Oscar/Globo de Oro y dejar a Chile con
las manos vacías – la primera vez en 2010, cuando La Nana perdió en los Globos de Oro ante Das Weisse Band: Ein deutsche Kindergeschichte, y ahora que No compite con Amour, las posibilidades son vergonzosamente parciales y parece
casi seguro que en su primera nominación en la historia, Chilito se vaya
perdedor. Qué se le va a hacer más que aceptar lo obvio.
Dejando la triste realidad de
lado, Amour es una película
profundamente hanekeana, para bien y
para mal. Aquellos familiarizados con el cine del realizador austríaco sabrán
que su firma más reconocible es la narrativa austera, distante y
consistentemente sórdida – características que funcionaron a la perfección en Das Weisse Band, la historia de la
generación de niños alemanes que crecieron para convertirse en los propulsores
del nacionalsocialismo. Ahora, muchos aplausos se ha adjudicado Haneke
realizando una historia que se ha catalogado como “muy poco característica de
su estilo” y “sorprendentemente tierna y sensible”, cuando la verdad es que su único
mérito es haber formulado una historia que naturalmente sería tierna y sensible,
y luego tratarla de la misma forma en que ha tratado todo lo demás. Fantástico,
porque logró evitar que se convirtiera en una película de domingo en la tarde
de Megavisión, pero más allá de eso, Haneke simplemente no puede despegarse de
su necesidad visceral de mantener todo a temperaturas glaciales.
La verdad es que Amour sí es a ratos tierna y sensible, y
aún más generosamente, lo es durante sus primeros y aproximados tres cuartos;
la delicada y mínima historia de un matrimonio de ancianos enfrentados al
progresivo decaimiento de la esposa (Emmanuelle Riva), logra utilizar la
austeridad como método dosificador para entregar, en cada escena, el toque
justo de sutileza y despliegue actoral que requiere el terrible proceso de ver
el lado más cruel de la vejez. Aquí también se manifiesta el gusto por la
sordidez de Haneke – pero válida y sensiblemente, en la forma de representar,
pero no explotar, el viaje de Riva desde las primeras señales de deterioro
hasta la total dependencia de su marido, Jean-Louis Trintignant, quien debe
asistirla para comer, realizar funciones básicas, y ayudarla a no perder la
facultad de hablar y comunicarse. Amour
es la exploración más mínima y cotidiana del amor, aquel que no necesita cruzar
océanos ni montañas ni absurdas pruebas de comedia romántica para validarse,
sino la aceptación y el cuidado del otro mientras se hace obvio que no queda
más que suavizar el proceso de morir. Hasta ese punto, la película es un logro
maravilloso. Después Haneke debe recordarnos su amor por lo sórdido y, decide
estropearlo todo con un final que si bien es coherente con la versión más
romántica del amor que profesa, no deja de ser tremendamente innecesario y
gratuito.
ALERTA DE SPOILERS
Porque sí, la idea en sí es coherente
y se comprenden sus intenciones, pero ¿por qué? ¿Por qué, Haneke, Jean-Louis
termina asfixiando a su esposa con una almohada hasta matarla, y conviertes un
silencioso viaje de dolor y compromiso en una historia de asesinato geriátrico?
¿Por qué este gusto ridículo de traer tu sordidez hasta a la historia que más
crecería sin ella? Amour era posible
sin esto y podría haber tenido un final que expresara lo mismo (el deseo por
traerle paz y cese al dolor de quien se ama) de formas mucho más efectivas.
Pero no. No podía darle un toque distinto. Y aunque todo el mundo te aplaude,
Michael, yo me niego a darte mi beneplácito, por tu enraizada incapacidad para
salirte de tu propia zona de comodidad.
FIN DE SPOILERS
Y procedo a realizar algo que
hasta ahora no había hecho:
Los primeros 100 minutos de Amour: 7/10 Recomendable.
Los últimos 20 min: 5/10 Regular.
Promedio: 6/10 Interesante.
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